xoves, 27 de abril de 2017

JULIO VERNE E A BAHÍA DE VIGO

A novela Vingt mille lieues sous les mers (Veinte mil leguas de viaje submarino), cuxa primeira parte foi publicada en 1980, é unha das novelas máis famosas de Julio Verne (1828-1905), considerado o pai da literatura moderna do xénero da ciencia ficción.
Un temporal e unha avaría fixeron que o escritor bretón recalara na cidade olívica en 1878 e en 1884. Nunha carta enviada por Verne a Raoul Duval, deputado que o acompañou na segunda visita á cidade, o novelista escribiu:
 
“No podéis imaginar nada más admirable que esta bahía de Vigo. Lago inmenso rodeado de montañas cortadas a pico cuyas cimas acaban como las de Pirineos: algo así como el lago de los Cuatro Cantones en una latitud meridional. Toda la fachada que asoma al mar es un cinturón frondoso de variados verdes sobre el que destacan en blanco las numerosas casas de campo y las granjas de los campesinos. La ciudad, coronada por dos castillos, de los cuales uno recuerda la silueta de Mont Valerien, se alza en terrazas a lo largo de la costa. Las calles tienen mucho encanto y están llenas de bellas construcciones en granito de color claro con sus balcones ventrudos que dan al mar y cubiertas de arriba a abajo por unas galerías del más original aspecto."

La bahía de Vigo é o título do capítulo VIII da segunda  parte da devandita obra, no que podemos ler:

"Hacia el fin de 1702, España esperaba un rico convoy que Francia hizo escoltar por una flota de veintitrés navíos bajo el mando del almirante Cháteau-Renault, para protegerlo de las correrías por el Atlántico de las armadas de la coalición. El convoy debía ir a Cádiz, pero el almirante, conocedor de que la flota inglesa surcaba esos parajes, decidió dirigirlo a un puerto de Francia. Tal decisión suscitó la oposición de los marinos españoles, que deseaban dirigirse a un puerto de su país, y que propusieron, a falta de Cádiz, ir a la bahía de Vigo, al noroeste de España, que no se hallaba bloqueada. El almirante de Cháteau-Renault tuvo la debilidad de plegarse a esta imposición, y los galeones entraron 
Monumento aos galeóns de Rande
en la bahía de Vigo. Desgraciadamente, esta bahía forma una rada abierta y sin defensa. Necesario era, pues, apresurarse a descargar los galeones antes de que pudieran llegar las flotas coaligadas, y no hubiera faltado el tiempo para el desembarque si no hubiera estallado una miserable cuestión de rivalidades. ¿Va siguiendo usted el encadenamiento de los hechos?
 -Perfectamente -respondí, no sabiendo aún con qué motivos me estaba dando esa lección de historia.
-Continúo, pues. He aquí lo que ocurrió. Los comerciantes de Cádiz tenían el privilegio de ser los destinatarios de todas las mercancías procedentes de las Indias occidentales. Desembarcar los lingotes de los galeones en el puerto de Vigo era ir contra su derecho. Por ello, se quejaron en Madrid y obtuvieron del débil Felipe V que el convoy, sin proceder a su descarga, permaneciera embargado en la rada de Vigo hasta que se hubieran alejado las flotas enemigas. Pero, mientras se tomaba esa decisión, la flota inglesa hacía su aparición en la bahía de Vigo el 22 de octubre de 1702. Pese a su inferioridad material, el almirante de Cháteau-Renault se batió valientemente. Pero cuando vio que las riquezas del convoy iban a caer entre las manos del enemigo, incendió y hundió los galeones, que se sumergieron con sus inmensos tesoros.
Monumento a capitán Nemo na ría
El capitán Nemo pareció haber concluido su relato que, lo confieso, no veía yo en qué podía interesarme.
-¿Y bien? -le pregunté.
-Pues bien, señor Aronnax, estamos en la bahía de Vigo, y sólo de usted depende que pueda conocer sus secretos
El capitán se levantó y me rogó que le siguiera. Le obedecí, ya recuperada mi sangre fría. El salón estaba oscuro, pero a través de los cristales transparentes refulgía el mar. Miré.
En un radio de media milla en torno al Nautilus las aguas estaban impregnadas de luz eléctrica. Se veía neta, claramente el fondo arenoso. Hombres de la tripulación equipados con escafandras se ocupaban de inspeccionar toneles medio podridos, cofres desventrados en medio de restos ennegrecidos. De las cajas y de los barriles se escapaban lingotes de oro y plata, cascadas de piastras y de joyas. El fondo estaba sembrado de esos tesoros. Cargados del precioso botín, los hombres regresaban al Nautilus, depositaban en él su carga y volvían a emprender aquella inagotable pesca de oro y de plata.
Plano da Batalla de Rande
Comprendí entonces que nos hallábamos en el escenario de la batalla del 22 de octubre de 1702 y que aquél era el lugar en que se habían hundido los galeones fletados por el gobierno español. Allí era donde el capitán Nemo subvenía a sus necesidades y lastraba con aquellos millones al Nautilus. Para él, para él sólo había entregado América sus metales preciosos. Él era el heredero directo y único de aquellos tesoros arrancados a los incas y a los vencidos por Hernán Cortés.
-¿Podía usted imaginar, señor profesor, que el mar contuviera tantas riquezas? -preguntó, sonriente, el capitán Nemo.
-Sabía que se evalúa en dos millones de toneladas la plata que contienen las aguas en suspensión.
-Cierto, pero su extracción arrojaría un coste superior a de su precio. Aquí, al contrario, no tengo más que recoger lo que han perdido los hombres, y no sólo en esta bahía de Vigo sino también en los múltiples escenarios de naufragios registrados en mis mapas de los fondos submarinos. ¿Comprende ahora por qué puedo disponer de miles de millones?"





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